Bastate en mi Gracias!
“Con mi Dios asaltaré muros” (Salmo 18:29).
“¿Eres un ángel?”, la preguntaron. ¡La cara radiante, la tranquila santidad, y la evidente presencia de Dios con ella confundiría a cualquiera! No, no era un ángel, sino una mujer de Dios en gozosa sumisión a su voluntad, aunque en su caso implicaba aceptar una forma agresiva de cáncer como venida de Su mano. Hay paz en aceptar la voluntad de Dios, la sonrisa que siempre llena su cara da evidencia de ello. Estar con ella es estar con el Señor; una experiencia que te deja cambiado, más cerca de Dios y más lejos de este mundo.
Ella entra en la clínica para su habitual tratamiento. La enfermera la ve y se levanta, exclama su nombre y corre hacia ella, dándole un gran abrazo. Los demás pacientes piensan que es un familiar, pero ella les explica que no, que es otra enferma como ellos, con la misma enfermedad. El equipo médico está emocionado con ella; saben Quién va con ella.
Cuenta que en una ocasión vio a una mujer llorando y sintió que el Señor quería que hablase con ella, pero le dio corte. “No la conozco”, pensó. “¿Cómo voy a acercarme a un extraño y empezar una conversación? Esto no se hace”. Pero la Voz insistía. Así que se acercó a la otra mujer y le dijo: “¿Quiere saber porque yo no estoy llorando?” e inmediatamente captó su atención mientras explicó su testimonio. Debido a la gran sonrisa que ocupa la mayor parte de su cara, la gente le pregunta qué tiene, y ella puede decirle que tiene un Dios muy grande que tiene su vida en sus manos. Él le dio la vida y Él se la quitará cuando quiere, y esto le hace feliz.
Hace dos años los médicos le dieron dos meses de vida. Dicen que es un milagro. Pero esto solo es la mitad del milagro. La otra mitad es que ella sola está llevando un centro de retiros, haciendo el trabajo que antes hacían cinco mujeres, programando campamientos, produciendo materiales, organizando la cocina, la limpieza de los edificios, el cuidado del jardín, el trabajo de despacho, dando transporte, charlas, y discipulados con mujeres, ¡cuando no está con el médico! Que una persona lleve todo esto es imposible, pero lo está haciendo. El Señor le mandó a un grupo de jóvenes que arreglaron el jardín, a tres hermanas preciosas que llamaron diciendo que cocinarían por los dos próximos campamientos. Otros ofrecen su ayuda con el trabajo de oficina, con la música, la limpieza, las compras. El Señor está llevando Su centro por medio de una mujer que debería estar muerta, sola, haciendo el trabajo de un equipo, y se ve a las claras que esta es una obra de Dios.
Cuando le preguntas cómo puede manejar todo esto, te mira con la acostumbrada sonrisa y ve más allá de tus ojos. Con el puño alzado al Cielo dice: “Para mi Dios lo haré”. Esta es su determinada entrega al Dios que ama. Por su Dios, para Él y por medio de su sobrenatural poder está haciendo lo imposible. Añade: “Él lo vale”.
El Señor me ha dicho: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Cor. 12:9).