“Instruye el niño en su camino, y cuando fuere viejo, no se apartaré de él”
(Prov. 22:6).
Una amiga adoptó un gato que encontró en la calle. Lo llevó a su casa donde le daba de comer todo lo que quería, cama propia, calefacción, atención médica, y mucho cariño. Un día lo llevó a donde lo había encontrado y lo soltó con la opción de volver a la calle o quedarse en casa. Escogió la calle. Hacía frío, llovía, no había comida, pero prefería estar mojado y pasar frío y hambre que estar encerrado en una casa. Es una mala elección: corre el peligro de perros, coches, enfermedades, y muerte de hambre, pero está libre, y eso es lo que quiere, libre para su propia destrucción, porque no vivirá mucho tiempo así. ¿Qué podemos hacer? ¿Capturarle y tener preso, siempre junto a la puerta maullando desesperadamente, intentando escaparse cada vez que se abre la puerta? ¿Cómo podemos convencerle que vivirá más años si se queda en casa? Lo que quiere es la libertad del momento.
Es como nuestros hijos. ¿Cómo les podemos hacer entender que mejor la casa que no la libertad peligrosa de la calle? En el caso del joven, lo que le mantiene en casa es la obediencia, de su parte, y la disciplina, de parte de los padres. En el caso de uno más mayor que ha salido del mundo, lo que le mantiene en la iglesia es la sabiduría. Ya ha visto como es el mundo Ve sus peligros. Comprende a qué conduce. Ha sufrido en el mundo y ya no lo quiere.
El peor peligro es para el joven que ha estado en un hogar cristiano con poca disciplina. No ha aprendido a obedecer a ciegas. No comprende el peligro del mundo, solo siente su atracción. No tiene sabiduría. ¿Qué puede hacer el padre a estas alturas? Solo dos cosas: (1) Arrepentirse de sus fallos del pasado; (2) Pedir a Dios que le discipline a su hijo y que le vuelva a casa. Tendrá que esperar en la misericordia del Señor que actuará a su tiempo, porque Dios es fiel. “Esforzaos todo vosotros los que esperáis en Jehová. Y tome aliente vuestro corazón” (Sal. 31:24).
Si el hijo es aún pequeño, necesita dos tiempos de disciplina: (1) La constante; (2) La puntual. La constante es día a día. La puntual es confrontarle en un momento dado, cuando te enteras que ha hecho algo malo. Conversar con él sobre ello. Mostrar tu amor y preocupación. Darle un castigo para que aprenda.
“Aquí está la paciencia y la fe de los santos” (Ap. 10:13).
Fuente : Nellys C.

2 comentarios:
Me ha gustado mucho esta meditacion gracias por compartirla !
Gracias por esta enseñanza, ojala todos los padres la tomáramos en practica.
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