UN ERROR MUY SUTIL
“Porque no tenemos guerra contra carne y sangre, sin contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo” (Ef. 6:12).
Es un error sutil, pero terrible en sus consecuencias, pensar que nosotros vencemos al enemigo debido a nuestro esfuerzo en la oración, o en reclamar las promesas de Dios, o por medio de ayunos, o por nuestra fe, o por nuestra perseverancia, o por nuestra justicia, o por medio de cualquier otra acción que tomamos en cuanto a él.
Igualmente es un error garrafal pensar que no estamos en guerra. El creyente que ignora la guerra en que se encuentra está viviendo muy lejos de Dios. El mundo está por comerle con sus filosofías y su inmoralidad, y el engaño de la falsa doctrina está al acecho. En su caso, el error sería pensar que el diablo ya no se mete con nosotros, que no hay tal guerra, que podemos vivir tranquilos, porque ya está vencido. Hay iglesias que menosprecian la guerra espiritual como si fuese una idea de ciertas denominaciones extremistas. Si no sabes por donde el enemigo te está atacando, pide al Señor que te muestre dónde está la batalla en tu vida.
La verdad es que estamos en guerra y que la victoria ya fue ganada en el Calvario a favor nuestro; no obstante, hemos de emplear todas las tácticas antes mencionadas, para hacerla patente en nuestra vida, pero estas tácticas no nos conceden la victoria, porque ya la tenemos. Lo que hacen es hacerla realidad en nuestra vida. Nunca podemos jactar que hemos ganado la victoria porque hicimos esto o aquello. ¡Esto sería caer en la trampa del orgullo espiritual y así perder otra batalla aún más importante! Ganamos porque Jesús venció en nuestro lugar en el Calvario y por fe, hemos entrado en su victoria.
El diablo no es honesto. No es un caballero que retrocede porque reconoce que ha perdido. Solo suelta lo que tiene en la mano si el Señor Jesús, por medio de nuestra boca, le manda a retirarse.
No somos Abraham en guerra para librar a Lot (Gen. 14), ni David en contra de Goliat (1 Sam. 17), ni el ejército de David al rescate de los familiares llevados cautivos (1 Sam. 30). Jesús es nuestro Abraham y David. Él rescató en el Calvario a los hijos de Dios llevados cautivos. Nuestro papel es bien diferente y también bien difícil: es insistir con el enemigo que suelte lo que perdió en el Calvario y resistir hasta que lo haga, porque la victoria ya la tenemos y es imposible que él gane. El tiempo cuando se manifiesta esta victoria ya ganada en la vida de los nuestros depende de Dios, no del diablo.
Padre amado, Jesús me ganó la victoria. Ya la tengo. Alabo y bendigo al que la ganó por mí. Cuando se manifieste en el tiempo depende de ti. Mientras tanto, resisto al enemigo, firme en la victoria que ya es mía. ¡Amén!
“Porque no tenemos guerra contra carne y sangre, sin contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo” (Ef. 6:12).
Es un error sutil, pero terrible en sus consecuencias, pensar que nosotros vencemos al enemigo debido a nuestro esfuerzo en la oración, o en reclamar las promesas de Dios, o por medio de ayunos, o por nuestra fe, o por nuestra perseverancia, o por nuestra justicia, o por medio de cualquier otra acción que tomamos en cuanto a él.
Igualmente es un error garrafal pensar que no estamos en guerra. El creyente que ignora la guerra en que se encuentra está viviendo muy lejos de Dios. El mundo está por comerle con sus filosofías y su inmoralidad, y el engaño de la falsa doctrina está al acecho. En su caso, el error sería pensar que el diablo ya no se mete con nosotros, que no hay tal guerra, que podemos vivir tranquilos, porque ya está vencido. Hay iglesias que menosprecian la guerra espiritual como si fuese una idea de ciertas denominaciones extremistas. Si no sabes por donde el enemigo te está atacando, pide al Señor que te muestre dónde está la batalla en tu vida.
La verdad es que estamos en guerra y que la victoria ya fue ganada en el Calvario a favor nuestro; no obstante, hemos de emplear todas las tácticas antes mencionadas, para hacerla patente en nuestra vida, pero estas tácticas no nos conceden la victoria, porque ya la tenemos. Lo que hacen es hacerla realidad en nuestra vida. Nunca podemos jactar que hemos ganado la victoria porque hicimos esto o aquello. ¡Esto sería caer en la trampa del orgullo espiritual y así perder otra batalla aún más importante! Ganamos porque Jesús venció en nuestro lugar en el Calvario y por fe, hemos entrado en su victoria.
El diablo no es honesto. No es un caballero que retrocede porque reconoce que ha perdido. Solo suelta lo que tiene en la mano si el Señor Jesús, por medio de nuestra boca, le manda a retirarse.
No somos Abraham en guerra para librar a Lot (Gen. 14), ni David en contra de Goliat (1 Sam. 17), ni el ejército de David al rescate de los familiares llevados cautivos (1 Sam. 30). Jesús es nuestro Abraham y David. Él rescató en el Calvario a los hijos de Dios llevados cautivos. Nuestro papel es bien diferente y también bien difícil: es insistir con el enemigo que suelte lo que perdió en el Calvario y resistir hasta que lo haga, porque la victoria ya la tenemos y es imposible que él gane. El tiempo cuando se manifiesta esta victoria ya ganada en la vida de los nuestros depende de Dios, no del diablo.
Padre amado, Jesús me ganó la victoria. Ya la tengo. Alabo y bendigo al que la ganó por mí. Cuando se manifieste en el tiempo depende de ti. Mientras tanto, resisto al enemigo, firme en la victoria que ya es mía. ¡Amén!
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